domingo, 27 de junio de 2010

Drácula de Bram Stoker


TÍTULO ORIGINAL Bram Stoker's Dracula
AÑO: 1992
DURACIÓN: 130 minutos.
PAÍS: Estados Unidos

DIRECTOR: Francis Ford Coppola
GUIÓN: James V. Hart (Novela: Bram Stocker)
MÚSICA: Wojciech Kilar
FOTOGRAFÍA: Michael Ballhaus
REPARTO: Gary Oldman, Anthony Hopkins, Winona Ryder, Keanu Reeves, Cary Elwes, Monica Bellucci, Sadie Frost, Tom Waits, Bill Campbell
PRODUCTORA: Columbia Pictures / American Zoetrope / Osiris Films
PREMIOS 1992: 3 Oscars: Mejor vestuario, maquillaje, efectos de sonido. 4 Nominaciones
1992: 4 nominaciones BAFTA: Mejor maquillaje, vestuario, montaje, efectos visuales. GÉNERO: Terror. Romance. Fantástico.

Muchas son las películas que hablan de vampiros, de terror, sangre y un castillo encantado de Transilvania que atrapa a aquel que sabe de su existencia. Pero muy pocas son capaces de serle fiel en un gran porcentaje a la original novela de Bram Stoker, Drácula.

De ahí que el título original del filme sea Drácula de Bram Stoker, película con cuatro nominaciones en los Premios Oscar, de las cuales se le otorgaron tres: mejor diseño, mejor maquillaje, y mejor montaje.

Coppola ha logrado basarse en una novela, algunos piensan que de forma muy fiel, otros que no tanto; lo cierto es que ha sido hasta el momento la película que más se adapta al Drácula que todos conocemos mediante la novela original de Stoker. El director con su peculiar forma de hacer cine ha creado un nuevo estilo, en el cual cine comercial y experimental se fusionan para dar cobijo a un personaje histórico capaz de hacer el mal por encima de todo, pero con una salvedad que no está manifestada en ningún libro, su lado humano.

Transilvania es el destino de Jonathan Harker, un notario que va en busca de finalizar un contrato sobre unas tierras adquiridas en Londres por el conde Drácula. Tras una serie de extraños sucesos, Harker es retenido en contra de su voluntad en el castillo del misterioso conde. Mientras éste, viajará a Londres en busca de Mina, un amor de tiempos pasados y de la cual lleva siglos enamorado y obsesionado.

El deseo inmortal

Coppola ha dejado muy claro que hasta lo más despiadado puede tener sentimientos que mueven montañas y nunca mejor dicho, cruzan mares. Unos sentimientos que nunca mueren y se quedan en el corazón de quien tiene un alma vacía durante años, décadas y siglos, con la única esperanza del reencuentro.

Esta perdición es el hilo conductor de una película desarrollada en una atmósfera y sobre unos personajes que bien estaban pensados en la novela para aterrorizar, y que sin embargo aquí, ese miedo sucumbe a la lucha y la búsqueda por un amor imposible. Es por ello, que los escenarios tétricos y barrocos muestran sólo aquella parte oscura del personaje, pero no llega a inspirar al espectador el miedo del cual se han caracterizado las películas de su mismo género. Es ahí donde reside el encanto de una historia que tiene un enfoque diferente.

Los experimentos de puesta en escena y superposición dotan al filme de unas escenas que brillan por sí solas, oscuras en la mayoría de los casos, pero donde aquellos colores que aparecen se hacen protagonistas. Colores vivos como el rojo que está presente en el vestuario continuamente como símbolo del amor, de la pasión, de la locura y por supuesto, de la sangre. Alimento de los vampiros para continuar haciendo de las suyas; mostrado en ocasiones de forma sutil, y en otras en cambio, de forma exagerada.

El vestuario neogótico es fundamental para la caracterización de cada uno de los personajes, les da vida y fuerza. Por ello, la labor de la diseñadora Eiko Ishioka fue ganadora de un óscar.

Puede que para quienes no se hayan leído previamente la novela, noten en la película algún que otro salto argumental, vacios inexplicables que quedan resueltos en el libro.

Los escenarios, las luces lúgubres, las sombras, y como he dicho los colores, se relacionan consiguiendo que las imágenes brillen y adquieran más importancia que los diálogos. El Castillo de Transilvania, que acoge a Jonathan y lo atrapa, se muestra como un lugar mágico, pero en cambio, se hecha en falta mostrar al espectador más de los misterios que se esconden tras cada esquina y habitación.

La relación de Drácula con la naturaleza es otra de las temáticas que llaman la atención: amigo de los animales salvajes, capaz de tranquilizar a las bestias, y de hacer enloquecer a los humanos, se convierte en agua, arena, aire… se mueve allí por donde quiere, la luz la convierte en sombra, y la sombra en el lugar donde desean habitar las almas a las que encandila.

La más importante de todas, Mina. Con ella se muestra el lado más pasional y atrayente del filme; y con Lucy, el más sensual, convirtiendo sus escenas en imágenes eróticas que distan mucho de la Lucy de la novela de Bram Stoker.
El deseo por encima de todo, el descontrol y el pecado de Winona Ryder, el aura que desprende Gary Oldman, y la persistencia de Keanu Reeves componen esta historia romántica en una atmósfera lúgubre y tenebrosa.

La actuación de Gary Oldman, sobre todo cuando sufre y llora, dan realismo al personaje de Drácula. Sus gestos seguros, sus pasos firmes, sus ojos mentirosos y su risa malévola y seductora a la vez contribuyen a ello.

En cambio, Winona Ryder y Keanu Reeves no destacan tanto, puede que por su corta carrera como actores en el año 1992, o porque no terminan de encajar en el prototipo de “la mujer deseo” y el amado que pretende salvarla, éste quedando en un último plano.

No hay que olvidar la presencia de Anthony Hopkins, encarnando a un personaje soberbio que cae también en el pecado del deseo.

La música encaja perfectamente con la historia, compuesta por el polaco Wojciech Kilar; menos la canción final Love Song for a Vampire que pertenece a Annie Lennox, que habla de dolor, amor, desesperanza… en definitiva tal y como dice la canción “vuelve a estos brazos de nuevo, y libera mi espíritu”, Drácula es un ser al que la soledad y la tragedia convirtieron en bestia, y que más que de sangre, se alimenta de amor.